En los últimos años, la relación que tenemos con los ríos de nuestro país ha sido compleja y de contrastes. Mientras en el sur existe una convivencia relativamente armónica, en el Norte Chico y Norte Grande ha sido agitada, con ribetes de catastróficos. Por otra parte, en la zona central, pareciera que lo más relevante es evitar el “desperdicio” de sus aguas en el mar, utilizando hasta la última gota.
Los acontecimientos de crecidas de los ríos y aluviones, que han alcanzado características de catástrofe, ocurridos recientemente en el Norte Grande, y los de hace cuatro años en el Norte Chico, no son extremadamente anormales en las áreas desérticas o semidesérticas. La prueba de ello está en el origen de los suelos, ya que muchos se formaron a partir de sedimentos aluviales.
Los conflictos entre la población y los ríos, como también quebradas de esta parte del país, se producen por una mala comprensión de la geomorfología del territorio, que conduce a usos inadecuados, y hasta arriesgados, de terrazas aluviales (o fluviales) muy cercanas al cauce, al uso de los lechos secos o el establecimiento de población en quebradas. Todo ello bajo una lógica cortoplacista que los interpreta como “secos a perpetuidad”.
Es importante comprender que estos cauces, ya sea que parezcan secos o bien con un pequeño flujo, son las vías naturales de drenaje, y se deben mantener en su estado natural. Su uso tiene que ser entendiendo el rol hidrográfico y ambiental que cumplen, de manera de no poner en riesgo a la población, más considerando que el cambio climático que estamos viviendo vislumbra una mayor ocurrencia de eventos meteorológicos con lluvias intensas concentradas en un corto período de tiempo y con la isoterma cero a mayor altitud.
En la zona central, la relación de la población con los ríos se está enfocando en las disputas de uso de sus aguas, teniendo en cuenta que es la zona con mayor densidad demográfica en el país, la zona agrícola más tradicional e intensiva, y la más industrializada. De acuerdo con los datos del Atlas del Agua Chile 2016 de la dirección General de Aguas (DGA), se estima que, del total del agua disponible, un 82% es utilizado por el sector agropecuario, un 7% por el área industrial, un 3% en minería y un 8% para agua potable y saneamiento.
Es así como desde el sector agropecuario se ha instalado la idea que parte importante del agua de los ríos se “desperdicia” en el mar, una idea que va en contra del principio del ciclo del agua, donde uno de los eslabones fundamentales es la llegada de agua dulce desde los ríos hacia el océano. El problema de esta idea es que genera confusión y podría usarse como justificación de desastres socioambientales como lo del río Petorca donde la sobreexplotación del uso de sus aguas ha llegado al punto que el cauce está seco y, por lo tanto, bajo dicha lógica no se estaría “desperdiciando” el agua hacia el mar.
Según el Atlas del Agua (DGA,2016), en Chile continental se identifican 1.251 ríos, distribuidos a lo largo de los 4.300 km y en 756.102 Km2, pero este número representa mucho más, también significa que existen, al menos, 1.251 ambientes riparianos, es decir, zonas donde existe una frágil, pero fundamental, interacción entre flora, fauna, aguas subterráneas y suelos ribereños que cumplen roles cruciales, tales como depuración del agua, movimiento de nutrientes, control de escorrentía superficial, infiltración y de reserva de biodiversidad.
Cualquier intervención de un río no sólo resultará en caudal más o caudal menos, conlleva a una alteración de todos los elementos que conforman el ambiente ripariano. Estos cambios deben ser atendidos de forma multifactorial, para que sus efectos sobre el equilibrio ecosistémico sean sostenibles y que no representen riesgos para la población.