En los últimos días se ha discutido bastante sobre el uso de los celulares en las salas de clases de los colegios y liceos del país. Se ha afirmado que se debería incentivar su utilización responsable, para, desde un punto de vista pedagógico, aprovechar los beneficios que ofrecen estos dispositivos, como una enseñanza más entretenida y estimulante. Los profesores tendrían, a su vez, un rol fundamental en esta tarea, siendo responsables de entregarles herramientas a sus estudiantes para que posean una visión crítica de los contenidos disponibles en internet y puedan diferenciar asimismo la información auténtica de la falsa.
Con estas precauciones se mitigarían, además, algunos de los riesgos de estas tecnologías y se podría aprovechar el potencial educativo de los smartphones. Pero hasta el momento nadie ha reparado de otro peligro asociado a una utilización excesiva de los celulares en las salas de clases: la pérdida del contacto directo entre profesores y alumnos, y entre los alumnos entre sí.
Al respecto, se han hecho públicas fotos en donde se muestra a distintas personas sumergidas en las pantallas de sus celulares mientras en teoría comparten en alguna reunión social. Y es probable que muchos hemos experimentado lo mismo en alguna reunión familiar o de amigos. Los celulares nos pueden distanciar de las personas que tenemos próximas físicamente, ya que ofrecen una amplia red de conexiones atractivas que demandan menos esfuerzo y tiempo que las relaciones co-presenciales, como ha reflexionado Zygmunt Bauman.
Quizás la poca atención que se ha puesto a este riesgo del uso de los celulares en nuestros establecimientos educativos se deba a la manera en la que, en general, concebimos nuestra educación, que en la práctica parece reducirse a conocimientos e información sobre temas científicos-técnicos que nos permitirán ser autónomos y exitosos en el sistema económico.
Desde esta óptica, los smartphones son herramientas muy efectivas para acceder rápidamente a este tipo de recursos. Importa poco que cada alumno lo haga desde su escritorio de forma individual. Pero la educación tiene o debería tener un rol en la formación integral de las personas, lo que implica aportar a la adquisición de virtudes y habilidades que permitan la sociabilidad. En esta tarea, los celulares no pueden reemplazar los vínculos presenciales entre los integrantes de las comunidades educativas y su sobreutilización puede afectar la calidad de este tipo de relaciones, ya que se pasa más tiempo en redes sociales que adquiriendo las capacidades necesarias para relacionarse cara a cara, tal como aprender a escuchar atentamente al otro.
El uso responsable de las tecnologías digitales en las salas de clases, además de considerar la seguridad de la información, debería tener en cuenta la importancia de no perder espacios de deliberación y de encuentro presencial, que son insustituibles para una buena formación educativa. De lo contrario, seremos ricos en información, pero pobres en educación.
Gabriel Olave
Investigador IdeaPaís